Como empresa de fabricación de productos de limpieza somos conocedores más que nadie de la gran colección de productos que alberga cualquier casa o establecimiento comercial: hoy el competido mercado ofrece al consumidor cápsulas, aerosoles y otros formatos innovadores y prácticos. En este surtido posee un lugar privilegiado el detergente:
Antes de su aparición, el primer «detergente» de la historia universal fue la orina: durante mucho tiempo fue empleada como tal, ya que uno de sus elementos, el amoniaco, tiene efectos detergentes. Fue a partir del siglo XIX cuando empezó a tener forma lo que hoy fabricamos en nuestras instalaciones.
Lo primeros detergentes aparecen en el Siglo XIX
En este siglo el investigador S. Krafft había descubierto varias propiedades jabonosas en componentes no grasos, hallazgo que sirvió a otro inventor, Twichell, y al químico Reyehler para encontrar el camino hacia la meta tan ansiada: un detergente que pueda sustituir al jabón con más ventajas todavía. La solución parecía estar cerca en 1913, pero era un producto aún demasiado caro.
Tres años después en Alemania surgió el primer detergente sintético, debido a las urgentes necesidades que sufrió la población durante la Primera Guerra Mundial. Era un producto malo, pero cubría la gran escasez y la falta de jabón de aquella época.
Masiva comercialización
Pasada esta desastrosa guerra, los ensayos para dar con un detergente eficiente y rentable volvieron a resurgir, originándose en la década de los treinta una carrera por la evolución del producto. Primero a través de la adición de fosfatos al ya existente y después al empleo de derivados del petróleo hasta que llegaron los agentes blanqueadores fluorescentes, que fueron la clave. El producto funcionaba, aunque no se sabía muy bien por qué. En 1945 la publicidad a nivel mundial consiguió normalizar el uso de este producto en la vida de cualquier persona.
Sobre esta base ya generalizada fueron llegando una gran cantidad de detergentes que pronto convencieron a los consumidores: marcas como Vim, Persil, Ski o Ariel, entre los 60 y 70; estas dos últimas todavía en activo a día de hoy gracias a fábricas como la nuestra, Solimix.